lunes, 26 de septiembre de 2011

Pausa primaveral.

Faltan tres días para que me tome unas vacaciones, iré al Complejo Termal de Federación en Entre Ríos, queda a 500 kilómetros de Buenos Aires. Viajo en colectivo de larga distancia, de manera que no tengo que preocuparme por manejar. Estamos en primavera pero las temperaturas oscilan entre 26 º unos días pasando a 10º en otros. Así que siempre es necesario llevar algo de abrigo por las dudas. Me va a venir bien estar en contacto con las aguas termales, ya que tuve los primeros seis meses del año serios problemas en la espalda. Estoy mucho mejor ahora, pero cuidándome en levantar pesos elevados, las aguas son relajantes, revitalizantes, así que regresaré hecho un toro bravío jajaja. Estoy un poco a las apuradas para dejar en orden varias cosas laborales, organizadas para continuarlas a mi regreso.

Ayer mi hija me regaló un pulóver hermoso, hecho en La zona Patagónica, me quedó de diez, es un ángel mi princesa, lo voy a llevar, de inmediato busqué uno más antiguo que tenía, preparándolo para regalar. No tiene sentido tener nada de más cuando hay gente que tiene tan poco y lo recibe con alegría. Hace poco regalé el ordenador anterior, a una señora con varias hijas, le pregunté si no le importaba que fuera un poco lento, contestó que de ninguna manera, así sus niñas no tendrían que ir fuera de su casa para utilizarla. Nos sentimos bien cuando tenemos la posibilidad de dar algo útil, obteniendo por respuesta solo una sonrisa de agradecimiento.

Bueno no quiero seguir con la lata, les dejo un fuerte abrazo, siempre me acuerdo de ustedes, aunque no pueda escribir con la frecuencia que quisiera

sábado, 17 de septiembre de 2011

La pulseada.

A las doce horas sonó el timbre, los siete operarios dejaron sus tareas para ir a almorzar. Se sentaron a la mesa para degustar sus almuerzos, cuando terminaron les quedaban veinte minutos de descanso. Rubén le propone a Justin ¿Porqué no jugamos una pulseada? Antes de que pueda responder, Darío le dice lo mismo con una sonrisa irónica ¿Te animas a jugar conmigo? Bueno, dale, responde Justin. Él y Rubén tenían quince años de edad, Darío unos treinta, era alto musculoso, pesaba, treinta kilos más que Justin. Esto transcurría en un verano de enero, el calor se hacía sentir con fuerza, los ventiladores apenas lo mitigaban. Darío y Justin se sentaron frente a frente, apoyaron sus codos firmes sobre la mesa tomándose por las manos derechas cruzadas. Sus compañeros, algunos sentados, otros de pié, observaban la pulseada que estaba por comenzar, la mayoría decía. ¡Yo le apuesto a Darío! Rubén dijo, a la cuenta de tres comienzan, uno, dos, ¡tres! El hombre y el adolescente comenzaron a empujar, los brazos no se movían del centro, temblaban por la tensión, manteniéndose a noventa grados. Las gotas de transpiración caían por la frente de Darío, el músculo de su brazo parecía un balón de fútbol, un gesto de sorpresa comenzaba a surgir en su rostro. Justin había soportado toda la presión de su rival, sin mostrar emoción alguna, lentamente comenzó a redoblar su esfuerzo, volcando el brazo de Darío, hasta que éste tocó la mesa. La pulseada había durado cinco minutos, levantándose de la mesa, ya serio, Dario le dijo, ¿Qué comes nene? ¿La espinaca de Popeye? O puras vitaminas, deja de joder, mira como me has hecho quedar. – Afirmó mientras se alejaba. Rubén, su amigo le dijo, pensar que yo quería pulsear contigo, eres como Silvester Stallone en la película que pulsea para retener al hijo jajaja. ¿Pensabas que ibas a ganar? – Al menos estaba seguro que nunca he perdido, ésta era solo una pulseada más. – Respondió Justin.

Esta es una prueba más de que en la vida no siempre gana el más fuerte físicamente. Justin tenía una natural fuerza emocional, espiritual y física, que le daba enorme fortaleza. Y, él a su edad, ni sabía de donde surgía o porqué la tenía.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Historia de un amor... que no pudo ser.

Diciembre había llegado, el calor era denso, pesado, Leonardo no lo pensó más, decidió huir de Buenos Aires, tomarse unas vacaciones, alejándose de tráfico, ruidos, obligaciones laborales. Una vez en la ruta en su Volkswagen, recorrió los cuatrocientos kilómetros que lo separaban, hasta llegar a Tandil, la ciudad de las sierras bajas, tierra fértil, con olores a campos verdes y aguas claras del lago. Luego se desvió, avanzó cien metros por un camino de tierra, divisando a Don Basilio, un viejo amigo de su padre aguardándolo en la vereda. Detuvo el auto, bajando rápidamente para fundirse en un abrazo con el búlgaro.- Que bueno que viniste Leo, hace dos años que no lo hacías. -Pasa, pasa, tengo preparado un guiso hecho con perdices que ayer mismo cacé .-Usted se ve muy bien Basilio, debe ser el aire de aquí. - Ya lo creo, aquí todo es mas calmo.- Mira la cara que traes cada vez que vienes, ojeroso, blanco, flaco, de aquí te vas con el color de la salud. -Tiene razón, la gran ciudad mata, parece que uno no puede dejar de correr, por suerte termino con la universidad el año próximo, tendré más tiempo para esparcimiento. Luego de degustar el exquisito estofado, acompañado por un buen vino, siguieron charlando y riendo, mientras se contaban mutuamente anécdotas e historias.

A las cuatro de la tarde Basilio, lo invitó a visitar a Natalia su vecina, que vivía a continuación de un gran lote de tierra que separaba ambas casas. Al llegar, está los recibió con alegría, conocía a Leo desde pequeño, cuando llegaba en compañía de sus padres. Leo comprobó la presencia de una joven de cabellos lacios y ojos verdes que lo miraba con atención. - Es mi hija, Mariana, afirmó Natalia, se recibió de Veterinaria en la universidad de Buenos Aires, volvió hace poco, por ahora está todo el día en casa. - Ah, si, dijo Leo, mientras daba un beso en la mejilla de Mariana, recuerdo cuando eras pequeña, jugábamos a las escondidas, debes tener veinte y cuatro años ahora. - Si, y tú veinte y tres, ¡Qué alto que estás! ¿Tienes novia? No, no, nada formal, solo amigas, no he tenido tiempo para buscar mi alma gemela, jajaja. Luego, juntos los cuatro, continuaron tomando unos mates con bizcochitos salados, mientras conversaban de todo un poco.

Los días siguientes transcurrieron entre caminatas por senderos recorriendo el lugar, más de una vez Leo y Mariana, fueron hasta el pié del cerro “La piedra movediza”, ascendiendo hasta lo más alto, desde allí veían la belleza de los alrededores. Cuando los sorprendía la noche, le resultaba hermoso ver las luces del centro, así como el cielo plagado de estrellas que en Buenos Aires centro, ni podía verlas por los edificios cercanos. Alguna noche fueron a cenar, otras a bailar con amigos y amigas de Mariana, Leo se integraba totalmente, eran todos jóvenes que se divertían sanamente. Habían pasado diez días ya, el “porteño” citadino, también le decían, había bronceado su cuerpo, por la exposición al sol, se veía completamente distinto al día que llegó. Había aprendido hasta a ordeñar sentado en un banquito, la vaca lechera que Basilio tenía, también degustaba frutas en almíbar, leche fresca recién ordeñada, quesos y yogur hechos en el lugar.

Mariana le pedía a su madre que hable con Basilio e intervinieran, porque Leo le había dado su amistad pero de amor no decía nada, y ella estaba locamente enamorada de él. Una tarde Basilio le dijo a Leo, sabes que te aprecio mucho, quisiera regalarte la fracción de tierra de al lado, podrías venir a vivir aquí, ir construyendo tu casa de a poco. Natalia y yo te ayudaremos, nos gustaría que formes pareja con Mariana, se ven muy lindos los dos. Leo se quedó sorprendido ante el ofrecimiento, tratando de elegir las palabras que no hieran la sensibilidad del búlgaro, le contestó. – Le agradezco infinitamente, pero no puedo aceptar, aquí no hay trabajo para desarrollar mi carrera, no quiero vivir haciendo lo que no me gusta, por otra parte a Mariana, la considero una amiga, no estoy enamorado de ella. –El amor es así, afirmó Basilio, se puede querer y no ser querido, pero el darte la tierra sigue en pié, avísame y te la transfiero cuando quieras. – Nuevamente gracias, tengo en cuenta su ofrecimiento amigo.

Dos noches después Leo se había quedado a dormir en una habitación en casa de Natalia, cerca de las dos de la madrugada escuchó la puerta abrirse lentamente. Era Mariana que en su fina enagua rosa entraba. ¿Qué haces aquí? Preguntó. - Es que mañana te irás, quiero dormir esta noche contigo, así conservaré un recuerdo feliz de ti. ¿Estás segura? Sabes que lo nuestro no tiene futuro, no estoy enamorado. – Lo sé, siempre has sido sincero conmigo, pero regálame esta noche, quiero guardarla en mi arcón de recuerdos. -Bueno, ven, le contestó, dejando que ella entre bajo las blancas sábanas. Sucedió lo que tenía que suceder entre dos vidas jóvenes pero adultos, sin compromisos. A la mañana siguiente parecía que los pájaros cantaban más alegres que nunca. Luego de desayunarse juntos, Basilio, Natalia, y Mariana lo despidieron. Leo subió a su auto emprendiendo el regreso hacia la maraña de su ciudad, pero llevaba un secreto guardado…que le hacía sonreír y cavilar.

Otra historia ha salido del horno como pan caliente. Disculpa, la escribí rápido, sin correcciones, una esofaguitis aguda me está dando paliza, es posible me aleje unos días del ordenador.¡¡ Hasta pronto!!

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