martes, 1 de noviembre de 2011

La muerte siempre ronda.

Eran las diez de la mañana, manejaba mi Renault a 140 kilómetros por hora en la ruta hacia las sierras de Córdoba. El cielo esta totalmente despejado, azul celeste, sin nubes, el sol presagiaba un día más de alta temperatura en ese verano de enero. Mis hijos de siete y nueve años escuchaban música mediante sus auriculares en el asiento trasero del auto enfundados con sus cinturones de seguridad. La ruta era de doble mano con solo dos carriles, frente a mí, veo venir un micro ómnibus de larga distancia. Un automóvil sale detrás de el para pasarlo y ubicarse adelante, los miro avanzar en mi dirección, el auto no consigue hacerlo, sigue directo hacia mi, en segundos más podríamos chocar, suelto el pedal del acelerador. Si freno de golpe, mi vehículo puede hacer un trompo volcando o saliendo de la ruta con peligro de vuelco. Podría salirme a la banquina de mi derecha, pero si el que viene hace lo mismo, el choque frontal sería inevitable. En esos segundos decisivos continúo por mi carril, ya a 100 kilómetros por hora, casi me veía cara a cara con el conductor del otro vehículo, de pronto éste sale de la ruta tirándose a la banquina de mi derecha (no le quedaba otra). Continúo mi camino, el choque no se había producido.

La imprudencia, impericia o estupidez de este conductor podría haber ocasionado una tragedia en la que todos podríamos haber muerto. El, al darse cuenta que no podía pasar el micro ómnibus debió haber retornado su lugar detrás del mismo. Yo, que manejaba correctamente decidí que el arregle su desarreglo, ya que toda alternativa me parecía de riesgo. La mayoría de los accidentes de tránsito se producen porque no se respetan normas, leyes de tránsito, por falta de sentido común de alguno de los conductores.

¿Tú que piensas?

PD: Entré para contar esta anécdota, falta un tiempo para que vuelva a escribir con la frecuencia que quisiera. ¡Te saludo amigo visitante!