Estoy caminando por
la avenida H. Irigoyen hacia la estación Lanús, cruzo la avenida, veo un
mundo de gente esperando a las distintas
líneas de colectivos que salen o llegan allí. Una mujer joven lleva un cochecito
de bebé que duerme plácidamente, la ayudo a subir el coche a la vereda. Ella
emite un – ¡Gracias! Sigo, llego a la
plaza, la voy atravesando entre la mucha
gente que viene y va. Arribo a la estación subo una escalinata corta, entre una
multitud de gente bajo por otra escalera
que conduce a un pasillo que atraviesa las
vías del tren por debajo. El pasillo
tendrá unos dos metros y medio de ancho, pegados a la pared vendedores
ambulantes ofrecen sus productos. Buena parte de la gente que viene de uno y
otro lado, asciende por escaleras que están en el medio del pasillo hacia el
andén del tren que lo llevará hacia la estación Constitución o hacia el sur.
Los demás seguimos por el pasillo al final del cual nos encontramos con otra
escalera que nos lleva a la superficie
del otro lado de las vías.
Si alguno es claustrofóbico no pasaría jamás por este túnel, también hay escaleras por arriba de las vías pero poca gente las elige.
Todos caminamos rápido, aunque algunas personas mayores lo
hacen lentamente tomándose de los pasamanos. Apenas salgo a la luz y avanzo por la vereda,
veo a unos 50 metros que el ómnibus que debía tomar, allí en la terminal, estaba
saliendo, me apresuro, corro, haciéndole señas. El chofer, se detiene en la
calle, abre la puerta y subo. Le doy las gracias y pago con mi tarjeta. Hay
choferes que con buen gesto se detienen
permitiéndote subir, otros, si no estás en la parada te dejan de a pié y siguen viaje. Me siento en la mitad del colectivo, en quince
minutos estaré en mi destino. Poco después de la partida, se detiene y sube un
grupo numerosos de niños estudiantes, seguramente de escuela privada deduzco por sus uniformes, abonan el viaje con sus
tarjetas, son unos 14 entre chicos y chicas, calculo que serán de sexto grado
de la primaria o primer año del secundario, algunos se sientan adelante, otros se corren para atrás, muy bulliciosos. En
la siguiente parada sube una señora mayor, una de las chicas se levanta y
enseguida le cede el asiento, en otra sube una mujer joven con un bebé, otros
de los chicos se levanta y le cede el asiento. Más adelante se bajan todos
juntos, estos niños están educados, son consientes de valores que les han
inculcado, seguramente los padres y maestros. Para mí, árbol que nace firme y
derecho, difícilmente se tuerza. Aún recuerdo, cuando tenía 9 años, venía con
mi padre de pescar en el río, estaba sentado, el colectivo se fue llenando y mi
padre me dice – Dale el asiento a la señora, sonó como una orden. Lo hice de
inmediato y el mandato quedó grabado.
Los valores, la
honestidad, se aprenden en casa y sobre todo con el ejemplo de nuestros mayores,
padres, abuelos, tíos. Algunos no tienen esa escuela, pero tienen discernimiento,
razonabilidad para saber qué es lo correcto y que lo incorrecto. Aprender a respetar involucra infinidad de
cosas, a los derechos de las personas, las normas y leyes, al cuidado del medio
ambiente, a la propiedad y la vida privada etc. Etc. Que otros no lo hagan no es excusa para hacer lo mismo que ellos.
Bueno después de esta salida se me ocurrió escribir al
respecto, te saludo amigo visitante, deja tu comentario si gustas.