miércoles, 3 de septiembre de 2014

La llave perdida...


Lucas llevaba 20 días viviendo en la casa de su compatriota Mario, quién le  había brindado hospitalidad. Él había llegado a Buenos Aires  ante la propuesta de Mario, de que tendría un puesto  como médico en el mismo sanatorio en que él estaba como residente. Por un aviso en Internet, Lucas vio un apartamento en alquiler que ofrecía un dueño. Se contactó con Matías el propietario, visitó la vivienda y quedó encantado con ella, allí le contó que era para él y su novia  Ana  que llegaría en cuanto le avisara que ya tenía el apartamento. Así,  hicieron un contrato de locación en el que Mario salió como garante solidario de Lucas.
A los dos días se mudó con las pocas cosas que tenía, pasaron dos días más y llegó al aeropuerto de Ezeiza su novia Ana. Al encontrarse se dieron el beso más largo de sus vidas, es que  un mes había sido demasiado tiempo... Lucas había pedido permiso en su trabajo y permanecieron encerrados dos días sin salir del apartamento, amándose a pleno,  solo permitían que el sol entrara por la ventana durante el día. La música con canciones melódicas se escuchaba desde el exterior. Los siguientes dos meses mientras tramitaban sus documentos, la joven pareja  aprovechaba su tiempo libre para recorrer los lugares más bonitos de la ciudad. Pasado unos meses recibían amigos y parejas amigas,  en general  compañeros de trabajo de Lucas. Así alternaban con Marisol y Pedro, Karina y José Luis, Mario y Lucía, Esteban y Sara. A los cinco meses de estar radicados, Ana  consiguió un empleo, ella era psicóloga recibida en su país de Centro América.

Una tarde de abril, le tocan el timbre de calle de  Matías, era Lucas, quién viniendo del sanatorio le contó que había extraviado su llave y no podía entrar. Don Matías tenia copias de llave de su apartamento, le fue a hacer un juego nuevo y así se resolvió el tema. Pasaron dos meses más y Ana al regresar de su trabajo llamó a la puerta de Matías, se hallaba desconsolada. Mire Don Matías, estoy llegando y encontré la puerta de mi apartamento arrimada, sin llave, me asusté, luego entré y vi que me faltaron cosas. Veamos Ana – afirmó Matias,  acompañándola hasta su apartamento. Allí, ella verificó que le faltaban dos Noteboock, el dinero que tenían y una campera de cuero muy cara de Lucas. Matías llamó de inmediato al cerrajero, para cambiar la combinación de la cerradura. Niña, si entro y salió sin forzar nada, tenía llave, por eso cambiamos la combinación. Alguien utilizó la llave que perdió Lucas hace tiempo, para mí, el ladrón está en su círculo de amigos, además el perro que tienen no había hecho nada, aunque era grande pero cachorro. Quedó todo nadando en un  mundo de posibilidades, Matías les prestó dinero, hasta que les llegara un giro de su familia. Así pasaron otros cinco meses más, estaba quedando como un mal recuerdo. A Matías le molestó la situación porque el que tenía copia de la llave era él, y parecía el único sospechoso.

 Un día viene a verlo Lucas y le dice. ¡Sabe que apareció mi Noteboock!  ¡No me digas! Si, resulta que en el sanatorio, Mario mantenía una relación con una enfermera, su esposa Lucia se enteró, despechada me llamó y me dijo que pase por su casa a buscar mis cosas. ¿Qué cosas? Me preguntaba. Cuando llegué a su casa, llamé y nadie me abrió. Al otro día en el sanatorio Mario me entrega una Noteboock, me dice que le gustaba una como la mía y que la había comprado en un local del centro que vendía usadas. Como se dio cuenta que podía ser la mía me la daba. La tomé, era la mía, pero no le creí, pienso que él habría tomado la llave de mi guardapolvo en su momento y conociendo nuestros movimientos esperó la oportunidad y nos robó. No quiero denunciarlo ante las autoridades y compañeros, él me consiguió este trabajo y me hospedó, pero la amistad quedó rota totalmente. ¿Pensabas que podría haber sido él? Jamás, es del que menos hubiera pensado. ¡¡ Flor de garante tienes!! – espetó Matías a la vez que entraban a reír los dos.


Quién iba a pensar que un médico, un considerado amigo, podía haber sido el delincuente, la conclusión es que el hábito no hace al monje, y  hay que tener cuidado  con los amigos circunstanciales.