
Sobre las blancas sábanas de fino lino, tendieron sus cursos
desnudos. Ella de espalda, él extendido
sobre su costado izquierdo, apoyando la cabeza sobre su mano y codo la miraba.
Los ojos negro azabache de ella
brillaban con infinita luz, los grises de él también brillaban con
infinita ternura. Sonreían, gozando el instante presente y el por venir, se
amaban tanto que temblaban a veces en la previa a los encuentros. El con su
mano derecha le acaricia los cabellos, la frente, descendiendo por el cuello
hasta llegar con suavidad a sus pechos de miel. Luego del éxtasis de la
contemplación, se corre hacia abajo, cruzándose sobre sus tobillos comienza a
subir recorriendo con sus labios cada centímetro de su piel, lo hace
lentamente, dejando besos y caricias en el camino. Transitan las curvas y las
elevaciones lentamente, ella suspira con deseos crecientes. Él llega a su boca,
apoya sus labios en un beso suave al comienzo, que se va ahondando en la de ella. Así continúan bebiéndose,
comiéndose las bocas, aumentando sus pasiones, pasando poco a poco de lento a
frenético. Sus mundos de cóncavo y convexo finalmente se encuentran, son uno ya,
amándose. Y lo son, y lo son. Él en un momento interrumpe, se pone de pié, va
en busca de la botella de champagne rosado, sirve dos copas, ambos las toman de
pié junto a la cama, luego beben otras dos mientras ríen de felicidad. Nuevamente
en las sábanas, cambian posiciones que gozan con placer. El amanecer los
encuentra abrazados. Ella le hace cosquillas en la nariz. Vamos remolón – le dice
al oído. El se despereza. ¿Ya es hora? – pregunta. Sí, mi amor, tenemos que ir a casa a ver cómo
están los niños. Esto que hacemos de romper la rutina es de lo mejor que se nos
ha ocurrido, pero ahora pongámonos los anillos y veamos cómo están en lo de los abuelos. Luego de una ducha y compartir un
café, parten dejando detrás su nido de amantes.
Hoy cambié el tono de mi post, a veces es bueno innovar.
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