sábado, 15 de octubre de 2016

Rápido de reflejos.

Siempre he sido de rápidos reflejos, aunque hoy no voy a decir que sea igual. De las anécdotas que tengo en mi historia les voy a contar la siguiente. Hace muchos años atrás llegamos con mi mujer y mis dos hijos a la casa de unos amigos, Gloria y Miguel, que viven en la Ciudad de Rosario, a poco más de 300 kilómetros de Buenos Aires. Era una tardecita de sol otoñal. Luego de abrazos y besos nos comentaron que su hija mayor Jakeline iba a dar una prueba de natación en la escuela. Dijeron que iban a ir para allá – Bueno, afirmé, bajamos las valijas y los llevamos. Así fue, con la guía de Miguel llegamos al parque de la escuela. Descendimos del automóvil, y nos acercamos a la pileta que tenía unos 15 metros de largo rodeada por un cerco de rejas de 1,50 metros de altura.

 Muchos familiares estaban arrimados a la reja. A los 15 minutos, cuatro niñas estaban preparadas para lanzarse al agua, entre ellas la hija de nuestros amigos. Cuando la maestra dio la orden, se arrojaron a la pileta, tres de ellas se sumergieron apareciendo en la superficie  y nadando pero Jakeline no subía, sino que por el contrario descendía.

Me apoyé en la baranda y de un salto quedé en el borde de la pileta, en ese instante tomé conciencia que no me podía tirar al agua porque no sabia nadar. Se arrojó al agua la profesora ayudando a su alumna que se había llevado un  gran susto. Cuento esto, porque mi amigo Miguel sabe nadar, y muchos de los presentes posiblemente también, pero ninguno se movió, el que reaccionó en segundos ante el peligro fui yo, sin darme tiempo a pensar que no nadaba. Mas tarde volvíamos todos juntos riendo por lo que había ocurrido. Años después  fui a aprender a nadar, hacerlo me produjo un placer increíble. Las cosas que aprendemos de adultos las valoramos más, porque en realidad son más difíciles, como manejar un auto o una bicicleta.

Amigo visitante, hago acto de presencia con este texto, agradezco tu visita y te dejo un saludo.