Estacione mi vehículo y me corrí al sanatorio de mi obra
social, exhibí el carnet de afiliado, luego tomé el ascensor y llegue a la
guardia. Había 10 personas esperando, me
senté en un asiento libre. Dos doctoras iban llamando por sus nombres, los
pacientes entraban y salían con rapidez. A los 20 minutos me llamó a mí, rápidamente
le comenté que hacía tres días que sentía un dolor intermitente en el pecho a
la altura del corazón. Que pensaba que no era muscular, ya que ya lo había
tenido tiempo atrás y era distinto.
Para mi tranquilidad, extendió 3 órdenes, una para un E.C.G.
otra para un análisis de sangre y una última para una radiografía de tórax. Con
los resultados me vuelve a ver - afirmó. Volví a planta baja, entregué las
órdenes, conservé la de radiografía, por las demás me dijeron que me iban a
llamar. Había bastante gente sentada, pensé que iba a demorar, pero en diez
minutos un enfermero me llamó por mi nombre, lo seguí, hasta una sala en que
una médica primero me hizo un electrocardiograma y luego me tomó muestra de
sangre. El resultado del primer estudio me lo dio para llevar a la doctora, el
otro dijo que en dos horas estaría en recepción de P.B. Salí de allí, camine
por una pasillo hasta llegar al lugar en que me sacarían la placa radiográfica.
La técnica en rayos después de pedirme que me quede en
camiseta de algodón me sacó tres placas, cada vez que estaba por vestirme me
decía que había salido movida, y sacaba otra, y así llegamos a la última que salió
bien. La joven era muy simpática, y salí de allí para ver a la doctora en el
piso superior, allí cuando salió otro paciente me asomé y me invitó a entrar,
miró el E.C.G. diciendo que estaba muy bien. Me pidió que volviera en dos horas
para ver los otros resultados. Como era la hora 12 y 30 del mediodía, crucé
enfrente entrando en uno de esos restaurantes rápidos. Se me ocurrió comer un par de empanadas de
pollo con una copa de cerveza. Después de las 13 horas el lugar se llenó de
jovencitos que salían de sus escuelas, mientras almorzaban hablaban y reían
como es propio de su edad.
Pasada una hora el local estaba casi desierto, un viejo
sentado miraba a través de la vidriera el intenso movimiento de vehículos y
personas en el exterior. De pronto, una hermosa y elegante mujer de edad mediana, ingresa, pide algo en
el mostrador y se sienta en una mesa cercana a la mía. Se quita el saco rojo
que portaba y lo deja sobre el respaldo de una silla. Luego se pone a hurgar en
su cartera, busca y busca, hasta que saca lo que parece un pequeño perfumero.
Al hacerlo sin tomar cuenta de ello arrastra un billete de 500 pesos que cae
debajo de su silla. Me levanté, me acerqué, y agachándome tomé el billete
(aproveché para ver sus piernas bonitas) le entregué el dinero con una
sonrisa diciendo – No te has dado cuenta
de que se te ha caído, - Oh! Soy una despistada, te estoy muy agradecida. –Bueno
si me dejas compartir la mesa contigo me sentiría muy bien pago. – Pues claro, con gusto, me hubiera dolido
perder ese dinero. En tanto el mozo le traía unos sándwich de miga tostados con
una bebida cola se presentaron. –Me llamo Migue ¿Y tú? – Yo Ana, replico ella.
Y, ¿A qué te dedicas Ana? Soy Profesora de Ballet de niños, y, ¿Cuál es tu
actividad? Soy ladrón-respondí. Ella me
miró perpleja. No, no, es broma, soy asesor de varias empresas, me llaman
cuando tienen conflictos. ¡Ale! Qué interesante, has de tener experiencia y
mucha labia. Debe ser, al menos me siguen llamando jajaja. Seguimos conversando animadamente, ella se
quedo la hora que yo estuve.
Me da gusto cuando encuentro una persona educada y
simpática para platicar y si es bonita mejor. Cuando nos despedimos ella me dio
un beso en la mejilla, su perfume embriagó mis sentidos, y sus labios rojos
también. Me fui con su número de teléfono, así que volví muy feliz al
sanatorio. Esta historia continuará aunque no la escriba aquí.
Te saludo visitante, creí que no iba a escribir más, pero
parece que se vuelve cada tanto.